Robótica, impuestos y seguridad social
¿Hacia dónde vamos?
EMPLEO


El término “robot” tiene sus raíces en la palabra de origen eslavo “robbota”, que significa “trabajo forzado”. Esta palabra comenzó a utilizarse a principios del siglo XX. Hay quienes sostienen que se empleó por primera vez en 1921, en la obra teatral “Rossum´s Universal Robots (R.U.R)” del escritor Karel Capek.
Los antecedentes de los primeros robots industriales incluyen el Unimate, un brazo articulado programable patentado en 1954 por el inventor norteamericano George Devol quien, junto a Joseph Engelberger, fundó la primera empresa de robótica. La implementación a gran escala comenzó en 1961 cuando General Motors incorpora los robots en su línea de montaje en Nueva Jersey. En 1972, la empresa sueca ASEA IRB desarrolló el primer robot totalmente eléctrico controlado por microprocesadores.
La incorporación de la robótica en el mundo empresarial tiene impactos significativos en el proceso de generación de riqueza, la productividad de las empresas, el mercado laboral y la sociedad en su conjunto. Los robots utilizados en la automatización de procesos pueden desempeñar las mismas tareas que los seres humanos, pero con mayor rapidez, precisión y operando las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana. La creciente utilización de robots en la industria genera algunos interrogantes sobre sus efectos en el empleo y la seguridad social.
No se discute si el mercado del trabajo continuará su reconfiguración como consecuencia de la robotización. Es un hecho. Sin embargo, existe disenso en cuanto al impacto neto en el empleo. Algunos sostienen que el avance de la robótica implicará la desaparición masiva de puestos de trabajos, sobre todo de aquellos rutinarios y que requieren menor calificación. En contraste, otros argumentan que, si bien puede haber pérdida de empleos en el corto plazo, la aparición de nuevos empleos y formas de trabajo supondrán un incremento neto en la demanda de trabajadores (aunque quizás no con la necesaria rapidez).


Frente a los cambios generados por la robótica se discute entonces si la adquisición e implementación de robots en las industrias debería recibir un tratamiento fiscal específico. Las respuestas a este interrogante reconocen diferentes perspectivas sobre el impacto actual y futuro de la robótica en el empleo y la seguridad social.
Una perspectiva aboga por incentivos fiscales, fundada en la disminución de los costos asociados al trabajo y el incremento de la productividad empresarial que pueden impulsar las inversiones de capital en robótica (aumento en los volúmenes de producción, mejoras en la calidad de productos, disminución de precios y aumentos de salarios reales), con la finalidad de potenciar un círculo virtuoso de implementación de tecnologías y mayor productividad a través de la automatización de los procesos productivos.
Quienes se alinean en esta corriente sostienen que el impacto en el campo laboral de estas tecnologías será una reorientación del esfuerzo humano hacia otras tareas sin que necesariamente implique un impacto negativo sobre la oferta de empleo en el mercado del trabajo, a partir del aumento en la inversión y de la creación de nuevos empleos. Suelen mencionar entre sus fundamentos que los países con mayor densidad de robots poseen a su vez los índices más bajos de desempleo (Corea del Sur, Japón, Alemania). Argumentan que no sólo no se deberían gravar los robots, sino que deberían establecerse incentivos fiscales - como las depreciaciones aceleradas - a las inversiones en robótica. Además, señalan que los incrementos en la productividad generarán un aumento en las utilidades de las empresas y de los salarios reales que aumentaría la recaudación del Estado a través del impuesto a las rentas.
El Foro Económico Mundial, en su informe “The Future of Jobs 2020” (basado en encuestas a altos directivos de 300 empresas globales) estima que “para el año 2025, 85 millones de empleos podrían ser desplazados por un cambio en la división del trabajo entre humanos y máquinas, mientras que podrían surgir 97 millones de nuevos roles más adaptados a la nueva división del trabajo entre humanos, máquinas y algoritmos, en las 15 industrias y 26 economías cubiertas por el informe”.
Otra corriente, con una visión basada en la sustitución de hombres por robots en el futuro próximo sin reemplazo de nuevos empleos, argumentan que, si los empresarios actualmente tributan por cada trabajador y con ello se sostiene el régimen de la seguridad social, sería lógico que se grave con impuestos el trabajo de los robots que reemplazan el trabajo humano en las operaciones de las empresas. Estos fondos permitirían financiar la seguridad social ante el reemplazo de hombres por máquinas y, a su vez, podrían destinarse a la capacitación y el entrenamiento de los trabajadores desplazados por la robotización.
Bill Gates en su blog GatesNotes expresa que los robots tienen el potencial de “transformar la forma en que vivimos y trabajamos” y que “es menos probable que los robots nos reemplacen en los trabajos que amamos y más probable que hagan trabajos que la gente no quiere hacer”. En una entrevista con Quartz (2017) opinó que los gobiernos deberían gravar de alguna manera el uso de los robots en las empresas como forma de compensar la destrucción de empleos y financiar la creación de empleos en otras áreas.
Mady Delvaux (2017), ex diputada del Parlamento Europeo, en un informe con recomendaciones destinadas a la Comisión de Asuntos Jurídicos sobre Normas de Derecho Civil sobre robótica, propuso impuestos sobre el trabajo ejecutado por robots para financiar al apoyo y el reciclaje profesional de desempleados. En su introducción expone la necesidad de evaluar los cambios económicos y los efectos en el empleo ocasionados por la robótica y el aprendizaje automático. Resalta, más allá de las ventajas de la robótica, sobre la necesidad de reflexionar sobre el futuro del empleo y las políticas sociales. Afirma que, “si bien es posible que el uso generalizado de robots no acarree automáticamente la sustitución de puestos de trabajo, sí es probable que los empleos menos cualificados en sectores intensivos en mano de obra sean más vulnerables a la automatización”... Considera “que, al mismo tiempo, el desarrollo de la robótica y la inteligencia artificial puede dar lugar a que los robots asuman gran parte del trabajo que ahora realizan los seres humanos sin que puedan reemplazarse por completo los empleos perdidos, cuestión esta que genera interrogantes sobre el futuro del empleo y la viabilidad de los sistemas de seguridad y bienestar sociales”. Y agrega “en el marco de la financiación del apoyo y reciclaje profesional para desempleados cuyos puestos de trabajo se hayan reducido o eliminado, deberá estudiarse la posibilidad de someter a impuesto el trabajo ejecutado por robots o exigir un gravamen por el uso y mantenimiento de cada robot, a fin de mantener la cohesión social y la prosperidad”.


Más allá de los debates existentes en torno a estos temas, es indudable que las políticas que implementen los gobiernos sobre el tratamiento fiscal de estas inversiones influirán en la dirección futura de los cambios tecnológicos en cada país. Por otro lado, además de evaluar los impactos que la tendencia a incorporar capital en la función de producción de las empresas tendrá en el ámbito laboral - facilitada por la creación de nuevos modelos de negocios como el crecimiento del alquiler por hora de robots o robótica como servicio (“Robotics as a Service”, RaaS) - es esencial analizar sus efectos potenciales en los sistemas de seguridad social y la necesidad de reformularlos a tiempo, sobre todo en aquellos sistemas vigentes que ya hoy en día no logran dar respuestas a las necesidades reales de su población pasiva, y no alcanzan los fines para los cuales fueron establecidos. A su vez, quizás sea necesario monitorear el impacto del cambio tecnológico y revisar los costos laborales actuales asociados al empleo que incrementan el costo de la mano de obra a fin de adoptar las medidas adecuadas y asegurar la sostenibilidad de los sistemas existentes.